El acceso al conocimiento sigue siendo un desafío en la región, donde las barreras económicas y estructurales limitan la producción y difusión de información científica. Frente a este panorama, surgen iniciativas que promueven la transparencia, la colaboración y el impacto social del trabajo académico.
La Ciencia Abierta: Un cambio de paradigma
La Ciencia Abierta es mucho más que una política de acceso libre a la producción científica. Es un cambio profundo en la forma en que se concibe, se practica y se difunde la ciencia. En América Latina, donde las desigualdades en el acceso al conocimiento han sido históricamente marcadas, esta iniciativa se perfila como una herramienta clave para democratizar la información y fortalecer la autonomía científica de la región.
Para profundizar en este tema, conversamos con Johana Jaramillo, bibliotecóloga y activista por el acceso democrático al conocimiento. Con una trayectoria consolidada en la gestión de sistemas de información científica, ha liderado proyectos como la Biblioteca Digital Colombiana (BDCOL) y el Sistema Nacional de Acceso Abierto (SNAAC), además de coordinar la Red Colombiana de Información Científica (RedCol) desde el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Su experiencia la convierte en una de las voces más relevantes en la región en lo que respecta a la Ciencia Abierta y su impacto en la sociedad.
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Desde el inicio de la conversación, Jaramillo enfatiza que la Ciencia Abierta no es solo una cuestión técnica o política, sino “un movimiento cultural que cambia la forma en que hacemos y consumimos ciencia”. Históricamente, el conocimiento ha sido tratado como un bien restringido, condicionado por intereses económicos y barreras institucionales. Sin embargo, la ciencia es más poderosa cuando fluye libremente. “Cada vez que la información se ha restringido, hemos retrasado el desarrollo científico. Pensemos en el caso de Tesla, cuyo conocimiento sobre electricidad estuvo oculto durante más de 50 años, frenando avances que pudieron haber ocurrido antes”, señala.
El rol de la Ciencia Ciudadana
Esta reflexión nos lleva a una idea fundamental: la ciencia no debe ser exclusiva de los laboratorios o de quienes tienen acceso a revistas académicas de alto impacto. “Todas las personas están cableadas para hacer ciencia”, dice Jaramillo.
“Desde el campesino que observa los cambios de la luna para saber cuándo sembrar, hasta la comunidad que desarrolla dispositivos sencillos para obtener agua potable. El proceso de observar, formular hipótesis, experimentar y aprender de los resultados es inherentemente científico”.
En este sentido, la Ciencia Abierta también busca desafiar la antigua idea de que solo los investigadores con títulos avanzados pueden producir conocimiento. Durante mucho tiempo, la ciudadanía fue excluida de la conversación científica, pero esto ha comenzado a cambiar con iniciativas de Ciencia Ciudadana, donde comunidades organizadas generan información valiosa sobre problemas locales, como la contaminación del agua, la biodiversidad o el impacto del cambio climático.
Más allá del acceso abierto
No obstante, si bien el acceso abierto ha sido un paso importante dentro de este movimiento, no es suficiente. “El acceso abierto es solo un pedacito de la Ciencia Abierta”, advierte Jaramillo.
“Nos enfocamos en publicar artículos sin costo para el lector, pero la producción científica no se limita a eso. Existen datos, metodologías, informes y muchos otros resultados que deben estar disponibles para que la investigación sea transparente y replicable”.
El problema es que la estructura actual sigue funcionando bajo lógicas excluyentes. Aunque se han eliminado las barreras de acceso a las publicaciones, surgió un nuevo obstáculo: los costos de publicación. En muchos casos, los investigadores deben pagar tarifas elevadas (APC, Article Processing Charges) para que sus artículos sean de acceso abierto, lo que ha creado una nueva forma de exclusión. “Hoy, la conversación científica es como una cena en la que unos pueden hablar libremente, otros solo pueden escuchar y algunos ni siquiera pueden entrar al salón. Eso es lo que pasa cuando limitamos la comunicación científica a quienes pueden pagar”, critica Jaramillo.
Avances en Ciencia Abierta en América Latina
En América Latina, la respuesta a estos desafíos ha tomado distintas formas. En Chile, la Universidad de Chile ha sido pionera en la integración de políticas de acceso abierto y en la modernización de sus sistemas de información científica. Más al sur, en la Patagonia chilena, el investigador Iván Coydan ha impulsado proyectos de Ciencia Ciudadana que involucran activamente a las comunidades en estudios sobre el cambio climático y la biodiversidad.
Brasil también ha sido un referente. El Instituto Brasileño de Información Científica y Tecnológica (IBICT) ha liderado la implementación de plataformas de acceso abierto y ha trabajado en la normalización de repositorios de información científica. En paralelo, la Universidad Federal de Río de Janeiro ha fortalecido sus políticas de transparencia y gestión de datos abiertos.
En Colombia, el impulso de la Ciencia Abierta ha estado marcado por iniciativas como la de la Universidad del Rosario, que ha trabajado en la consolidación de infraestructuras de información científica accesibles, o la de la Universidad de Antioquia, que ha logrado articular esfuerzos de distintos actores institucionales en torno a la apertura del conocimiento. El Instituto Humboldt, por su parte, ha desarrollado estrategias de apertura de datos ambientales, integrando la participación ciudadana en el proceso. En el ámbito de la salud, el Instituto Nacional de Salud está avanzando en la creación del primer repositorio epigenético del país, un paso crucial para la transparencia en la investigación biomédica.
Retos de la Ciencia Abierta
A pesar de estos avances, Jaramillo advierte que aún hay grandes retos por delante. Para que la Ciencia Abierta sea realmente efectiva, se necesitan cambios estructurales en la forma en que se evalúa la producción científica. “Hoy seguimos midiendo la ciencia por el número de publicaciones, sin considerar su impacto real en la sociedad. Si queremos que el conocimiento sea verdaderamente útil, debemos valorar otras formas de producción, como la Ciencia Ciudadana o el desarrollo de metodologías abiertas”, sostiene.
Otro aspecto crítico es la interoperabilidad de los sistemas de información. Aunque muchas universidades han desarrollado repositorios de acceso abierto, estos no siempre están conectados entre sí, lo que dificulta el acceso y la reutilización de los datos. Además, la formación en buenas prácticas de gestión de datos sigue siendo insuficiente. “No se trata solo de liberar información, sino de garantizar que los datos sean reutilizables, comprensibles y confiables”, enfatiza.
El desafío también es político. En algunos países, las regulaciones sobre propiedad intelectual aún no están alineadas con los principios de la Ciencia Abierta, lo que genera contradicciones en la gestión de derechos sobre datos e investigaciones. En otros casos, el financiamiento sigue siendo un obstáculo, ya que muchas instituciones carecen de los recursos necesarios para sostener plataformas de acceso abierto y formación en prácticas científicas abiertas.
Sin embargo, a pesar de las barreras, la Ciencia Abierta sigue avanzando. Jaramillo concluye con una reflexión que resume la esencia de este movimiento:
“La ciencia no es solo para académicos. Es un derecho fundamental de todos. Cuando abrimos el conocimiento, construimos soluciones colectivas y fortalecemos la sociedad”.
En América Latina, el camino hacia una ciencia más abierta y democrática está en marcha. Aún quedan desafíos, pero lo cierto es que el conocimiento solo alcanza su verdadero potencial cuando es compartido.
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📅 Fecha: 27 de marzo de 2025
⏰ Hora: 10:00 a.m. (GMT-5)
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