Un modelo de ciencia abierta con enfoque comunitario está transformando la gestión del conocimiento en México. Sin grandes presupuestos, ha logrado articular redes, repositorios y compromiso social desde lo local.

Aunque algunas universidades cuentan con bases de datos pagas y equipos robustos, siempre hay espacio para mejorar cómo se comparten y usan los recursos. Y para quienes tienen menos, conocer estrategias posibles puede marcar la diferencia. Este modelo demuestra que es posible avanzar con o sin grandes recursos.

En la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), la ciencia abierta no es un discurso, sino una realidad construida desde abajo. Sin repositorios, sin inventarios y sin presupuesto, un pequeño equipo liderado por Montserrat García Guerrero —doctora en Gestión Educativa y Políticas Públicas, maestra en Ciencias Sociales y Humanidades, con más de 15 años de experiencia en coordinación editorial y participación en más de 20 proyectos de investigación— puso en marcha un modelo que hoy es referente nacional: abrir el conocimiento científico para que llegue a las comunidades que lo necesitan.

Desde la Oficina de Ciencia Abierta, que actualmente coordina, Montserrat impulsó una transformación institucional que comenzó convenciendo puerta por puerta a investigadores, bibliotecarios y autoridades.

No existía nada, ni siquiera una cultura de compartir. Había miedo a ser robados, no a ser abiertos”, recuerda.

Lo que siguió fue un proceso paciente y estratégico: construir confianza, visibilizar beneficios, y demostrar que la ciencia abierta no es una imposición del norte global, sino una necesidad latinoamericana.

Te puede interesar: Cómo la Ciencia Abierta en América Latina impulsa la innovación y democratiza el conocimiento

El primer paso fue estratégico: iniciar con 30 profesores de una sola unidad académica. La meta era clara: crear confianza, mostrar beneficios y demostrar que la ciencia abierta no es una moda importada del norte global, sino una herramienta profundamente latinoamericana. “Nuestra tradición no es de pagar para publicar. Es de compartir en congresos, donar libros, producir revistas con apoyo universitario”, afirma.

Pero el camino no fue fácil. A los temores culturales se sumaron barreras estructurales: carencia de personal capacitado, ausencia de código fuente para integrarse al repositorio nacional, sistemas gubernamentales fallidos y falta de presupuesto. Sin embargo, la Oficina logró soluciones desde la comunidad universitaria y la colaboración externa. Hoy, su repositorio institucional aloja tesis de posgrado, artículos científicos y datos que antes estaban dispersos o eran inaccesibles.

Ciencia ABierta

Las bibliotecas y los sellos invisibles

La clave de este avance ha sido romper con la visión jerárquica del conocimiento. En lugar de depender de grandes centros, se tejieron alianzas con bibliotecarios de cada unidad, docentes comprometidos y redes interinstitucionales. “Las universidades pequeñas tenemos una ventaja: la comunidad. No necesitamos pagarle a Springer para existir”, sostiene Montserrat con firmeza.

Esta lógica de trabajo colaborativo también se refleja en la relación con las bibliotecas. Aunque son actores clave en el movimiento de ciencia abierta, Montserrat explica que en su universidad el proyecto no depende de ellas por razones políticas: “Nuestro repositorio depende de investigación y posgrado. Las bibliotecas tienen un repositorio de tesis de licenciatura, pero no está activo aún”. No obstante, el trabajo con bibliotecarios de base ha sido fundamental: “Ahí está la riqueza”, dice.

Fruto de esta articulación, uno de los logros más significativos ha sido el desarrollo de un proyecto ambicioso: la construcción de un sistema CRIS estatal (Current Research Information System), que permitirá mapear toda la producción científica de Zacatecas en un solo espacio, articulando saberes de agricultura, minería, salud, tecnología y ciencias sociales. El objetivo: que la ciencia local sirva al desarrollo local.

Pero para que esta ciencia realmente transforme, Montserrat insiste en revisar los mecanismos de evaluación.

“Ya no midamos la calidad solo con citas. Hay que medir el impacto social”

Por eso, sueña con la creación de un sello de responsabilidad social para distinguir investigaciones que realmente transforman comunidades.

La experiencia zacatecana ha llamado la atención incluso de universidades con mayores recursos. Y Montserrat lo resume con claridad: “Nos buscan para saber cómo lo hicimos sin dinero. Les digo: con convicción, con comunidad, y con trabajo político”.

Frente a un panorama global donde la ciencia abierta se ha convertido en un modelo económico –pagos por publicación, acuerdos transformadores, y métricas impuestas desde el norte–, Montserrat plantea una propuesta radical pero profundamente sensata: una apertura del conocimiento “a la mexicana”. Es decir, un modelo basado en soberanía, pertinencia, historia compartida y colaboración entre pares.

Parte de esa visión es la creación de un manual de ciencia abierta para Latinoamérica, elaborado en colaboración con colegas de Argentina, Colombia, Uruguay y México. Concebido como un “manual para dummies”, el documento aterriza conceptos complejos (DOI, repositorios, metadatos, licencias, interoperabilidad) en pasos prácticos y accesibles. Va dirigido especialmente a instituciones que quieren comenzar, pero no saben cómo.

El manual propone cinco pasos clave para iniciar una práctica de ciencia abierta:

  • Tomar la decisión y vencer el miedo al “no estar en Scopus”.
  • Buscar opciones reales de publicación abierta, como Redalyc, SciELO, OJS o DOAJ.
  • Gestionar una identidad digital adecuada (ORCID, DOI, ROR institucional).
  • Difundir en redes académicas y repositorios visibles.
  • Crear comunidad, compartiendo aprendizajes y recursos.

Pero la apuesta va más allá del acceso técnico: se trata de democratizar el conocimiento, promover su apropiación social y asumir una ética de responsabilidad científica. La Universidad Autónoma de Zacatecas ha logrado que investigaciones sobre nutrición infantil modifiquen prácticas escolares, que variedades de frijol resistentes a la sequía lleguen hasta África, y que los medios empiecen a ver a la universidad no como foco de escándalos, sino como motor de soluciones.

ciencia ciudadana

Datos abiertos y ciencia ciudadana

Aunque los proyectos de ciencia ciudadana tienen un enorme potencial para democratizar el conocimiento, Montserrat advierte que tienden a ser frágiles si no están respaldados institucionalmente.

“Necesitamos políticas que los protejan y reconozcan que la ciencia no solo se hace desde las universidades”, afirma.

Un caso paradigmático, señala, es el de un proyecto mexicano que recopila de forma colaborativa datos sobre personas desaparecidas. Usando herramientas científicas y digitales, la ciudadanía ha ocupado un vacío que debería corresponder al Estado. “Eso también es ciencia —y de la que transforma—, aunque no esté en Scopus”, puntualiza.

En Zacatecas también se promueven talleres de ciencia recreativa, monitoreos ambientales y ejercicios de recolección de datos abiertos con jóvenes y comunidades. Aunque pequeños, estos esfuerzos muestran cómo la ciencia ciudadana puede florecer si se le da espacio y respaldo.

Consciente del poder de los datos abiertos, Montserrat enfatiza en la urgencia de capacitar a los investigadores en su correcta gestión. “Los datos tienen vida. Muchos los olvidan después de publicar, pero pueden ser útiles para otros estudios”, señala.

Para avanzar hacia una verdadera ciencia abierta con responsabilidad, también es clave proteger intereses legítimos. Por eso, en la Universidad Autónoma de Zacatecas existen comités de ética que evalúan solicitudes de embargo temporal para ciertos datos sensibles. “No se trata de abrir todo de golpe, sino de hacerlo con sentido, protegiendo, pero también compartiendo”, concluye.

Y frente a las tensiones entre apertura y propiedad intelectual, propone soluciones éticas y flexibles: comités de ética, embargos temporales, negociación con los investigadores. “La idea no es imponer, sino acompañar. Que los datos vivan, circulen y sigan generando valor”, sostiene.

De cara al futuro, el equipo zacatecano sueña con un sistema nacional de información científica inspirado en el modelo brasileño. Una red pública, abierta, que permita compilar, interconectar y valorar la producción académica mexicana desde criterios propios: impacto social, pertinencia territorial, y colaboración transdisciplinaria.

Estamos en el mejor momento para proponer desde las universidades. Que nuestras métricas no las impongan desde Europa. Que el conocimiento sirva a nuestra gente, no al capital editorial”, afirma.

En sus palabras, Montserrat condensa más de una década de trabajo, aprendizajes y convicción en una sola idea:

“La ciencia abierta es rendición de cuentas, visibilidad y, sobre todo, desarrollo para las comunidades”

La experiencia de la Universidad Autónoma de Zacatecas demuestra que la ciencia abierta no depende de grandes presupuestos, sino de voluntad y colaboración. Su modelo es prueba de que, con estrategia y comunidad, es posible democratizar el conocimiento y generar un impacto real en la sociedad.